by Paty
Era una bella tarde de verano cuando María caminaba sin rumbo fijo por el parque de aquella gran ciudad que ansiaba conocer, había esperado tanto ese momento pero algo no le permitía la paz, un dolor que su alma cargaba con pesar desde aquel día en que se despidiera de un pedazo de su corazón. Se sentó en una banca, un bellísimo arbol palo de rosa le daba sombra cuando sintió que alguien se acercaba a ella.
¿Qué estas pensando María? – preguntó con curiosidad una voz que ella no reconocía. Al verla se sorprendió de encontrarse con una hermosa niña de ojos grandes color miel que la miraban tiernamente.
¿Cómo sabes mi nombre? – preguntó María algo confundida intentando hacer memoria de ese pequeño rostro.
Lo adiviné – sonrió la niña mientras se sentaba a su lado acomodando su vestido amarillo con cuidado – ¿quieres probar mi helado? Pareces necesitar uno, ¿qué es eso que no te deja sonreír?
María guardó silencio y clavó su mirada en el piso, sintió sus lágrimas recorrer su rostro apenada de tener un testigo tan joven a su lado. La realidad es que se lamentaba pensando en que no pudo conocer a ese bebé que llevó en su vientre, no como ella hubiera deseado, no por completo, no lo vio crecer como a esa bella niña. Había cargado con el silencio y la pena durante mucho tiempo.
¡Pero si lo conociste María, vaya que si! – respondió tranquilamente la niña mientras saboreaba su delicioso helado – No ha venido a traerte pesar, ni sufrimiento, si no has entendido esto aún no lo conoces realmente. Te empeñas en ver su separación física, pero olvidas que en ese preciso momento ocurrió su fusión, donde empezaron su camino juntos desde y hacia el amor.
María no podía pronunciar palabra, ¿como podría esta pequeña extraña saber lo que pasó con su Matías, su amado bebé? Aquel a quien había llorado y extrañado con cada parte de su ser.
Se bien cómo ocurrió – sonrió la niña mientras tomaba la mano de María – la forma en que nació a Dios fue un momento maravilloso para él, se veía tan feliz y radiante, sin embargo en tu mente es un recuerdo triste y sombrío. Recuerda que la forma como suceden las cosas es solo la forma, no revelan su verdadero significado, hay mucho más detrás de cada experiencia – la niña se levantó y con cuidado limpió las lágrimas en el rostro de María.
-¿Tu eres un ángel? ¿Cómo es que sabes el nombre de mi bebé y todo lo que nos ha pasado? ¡Quisiera creer todo lo que dices!
-Yo acompaño a las almas pequeñas en su llegada a la Tierra y en su regreso al cielo, mi nombre es Ethel – mientras decía esto escogía una flor para María – casi nadie me conoce porque mi trabajo es muy sutil, como una brisa cuando toca tu piel, pero yo amo profundamente a todos los bebés terrestres y celestiales, a todos los conozco por su nombre, a sus madres, a sus familias, sus destinos, sus corazones. Hoy me ves como una niña porque tomé esta forma, así como tu bebé tomó forma humana para que supieras que existe.
-Si es así entonces dime: ¿como esta mi bebé? ¿Esta bien? ¿Sabe cuanto lo amo? ¡¿Es feliz?! – María pronunciaba estas palabras con tono desesperado, con emoción e incredulidad todo entremezclado.
Lo sabe y lo siente María. ¿Crees que para amar necesitas ver, tocar, oler o poder escuchar a alguien? Eso es sensorial, humano. Amar es ir a las profundidades de tu corazón, es sentir, vibrar, conectar, y eso sí que lo has hecho con tu bebé. ¡Dices que no lo conoces pero lo has conocido a la perfección! – dijo Ethel radiante mientras sonreía de una manera angelical – Lo maravilloso es cómo te ama y cuánto agradece que seas su madre, esta orgulloso de ti, es verdaderamente un alma libre y feliz, ¡ese es Matías!
En un repentino salto María abrazó con ternura y fuerza a la pequeña Ethel, agradecida infinitamente por su presencia y palabras. Bajo aquel árbol rosa recibió un milagro, el de saberse siempre amada por su ser celestial, sus lágrimas habían limpiado su alma y sanado su corazón. Ahora sonreía desde un lugar desconocido, desde su amor por él.
-¡Qué gran alegría y bendición ser tu madre! – Pensó María mientras tomaba de la mano de esa pequeña niña para ir a comprar juntas un poco más de helado.
by Paty
No hay reglas. He aprendido que a pesar de la literatura y múltiples investigaciones alrededor del tema del duelo, no necesariamente se debe vivir así. Suena atrevido, desafiante, pero partiendo de que ningún duelo es igual a otro por las circunstancias en que se vive podemos imaginar más de una forma de atravesar éste proceso.
Las 5 fases del duelo reconocidas a nivel mundial son: negación, ira, negociación, depresión, aceptación. No ahondaré en cada una de ellas ya que el internet está saturado de información al respecto y probablemente ya estés familiarizada con éstas etapas. Únicamente quiero hacer mención de las etapas que estadísticamente se han documentado y subrayar que no necesariamente debemos atravesarlas. Ya sea que perdiste a tu hijo en el vientre o ya nacido, te recomiendo considerar lo siguiente:
No te juzgues
Esta es muy importante. Pareciera que al perder un hijo se espera que sigamos ciertos parámetros de conducta y vernos de tal o cual manera pero no es así. Durante mi duelo viví cosas inexplicables por las que llegué a sentir culpa, por ejemplo el encontrarme riendo a carcajadas con mi hermana a poco tiempo de despedir a mi hija, o al estar montando a caballo divirtiéndome a lo grande. Pensaba que estaba haciendo algo malo, que no debería reír o divertirme al menos durante un buen tiempo, no tenía derecho. Después comprendí que no estaba pecando ni faltándole a mi hija sino que vivía mi duelo de forma auténtica y a mi manera. Darme cuenta que juzgarme de forma constante por lo que hacía, decía o sentía era algo inútil, nadie puede decirte cómo vivir tu duelo. Así que si hoy en medio de tu pérdida te encuentras disfrutando con tu pareja, riendo con un amigo, picada con una serie o simplemente gozando de tu existencia, ¡está bien! Si en otro momento te hallas llorando y recordando con añoranza a tu hijo, también está bien. Si trabajar te ayuda a distraer tu mente y ocupar tu tiempo, ¡perfecto! Haz lo que sientas y no te juzgues por ello, después de todo no hay nada escrito.
Siéntete orgullosa
Hoy me considero muy afortunada y feliz de tener tres hijos que me esperan en la eternidad. Los primeros dos que perdí desde el vientre y mi última que falleció a los 6 meses de edad por una cardiopatía. Son mis grandes tesoros de vida y me siento honrada que me hayan elegido para ser su madre, para acompañarlos en la misión que venían a cumplir a éste mundo. Soy madre de seres celestiales y estoy feliz de serlo, tan feliz como lo están las madres que tienen a sus hijos con ellas. Ser madre es un cargo vitalicio, no depende de la existencia de nuestros hijos. Siéntete orgullosa de tu historia y del destino de ellos pues es tan especial como el de cada ser humano. Somos madres especiales de seres especiales y eso nos llena de gratitud.
Participación activa
Podemos honrar a nuestros hijos de distintas formas, en mi caso aprendí lo que son las cardiopatías congénitas y su importancia cuando recibí a mi hija. Hoy realizo donaciones a instituciones que atienden niños y niñas cardiópatas mexicanos, con ello honro a mi hija y aporto a una causa, me identifico con esta comunidad de padres que viven lo mismo que yo pasé. Veo la forma de involucrarme y participar en proyectos que dan sentido, que permiten a mi hija seguir ayudando desde donde está. Pregúntate cómo puedes ayudar y honrar a tu hijo, siempre hay formas de hacerlo desde donde estés.
Convivencia especial
He puesto muchas fotos de mi hija en mi casa, cuando se avecinaba la primera Navidad después de su partida adorné y le puse un árbol con sus cosas, mientras manejo le canto aquellas canciones con que jugábamos, la tengo presente y en voz alta le digo cuánto la amo. He descubierto que hacer esto no está mal, es mi forma de continuar conviviendo con ella. En las etapas tradicionales del duelo sólo encontramos lo que vive el doliente pero qué pasa con la otra parte, qué pasa con el amor que sigues sintiendo por tu hijo. Manifiéstalo a tu estilo y como acostumbrabas hacerlo, quizás las primeras veces te sientas rara pero cuanto más lo haces más belleza encuentras en esos momentos. Se trata de aprender a convivir desde esta nueva realidad, a mantenerlos presentes mas allá del pensamiento.
Lo que propongo puede sonar raro o inusual, sin embargo te invito a tomarlo en cuenta para vivir un duelo libre, sin presiones ni etapas que cumplir. Se tu misma ahora más que nunca, hacerlo te dará paz y fuerza para continuar.
by Paty
Desde mi
experiencia comparto lo que me ha ayudado a vivir en paz después de la pérdida
de mi hija, hay que abrir la mente y el corazón para romper con las formas
tradicionales de ver la pérdida.
1. Aquí y ahora
Vivir en
el momento presente es liberador porque mantiene nuestra mente enfocada en lo
que se está viviendo, en la nueva realidad. El mindfullness o
atención plena resulta sanador al salirnos de la continua recurrencia a la
memoria, a la nostalgia. No es que recordar a nuestros hijos sea algo malo,al
contrario, es una fuente maravillosa de contacto con ellos; sin embargo
mantenernos en ese lugar de dolor y añoranza nos aleja de alcanzar la paz.
Estar cocinando mientras cocinas, trabajando mientras trabajas, viendo una
serie mientras la ves, te faculta a vivir tu propia vida, descansar y
distraerte, convivir genuinamente con tus amistades, disfrutar un buen
platillo, sumergirte en las páginas de un libro. Aunque parezca difícil es
posible y se puede empezar poco a poco y de forma consciente: “Cocinaré
este día practicando el aquí y ahora, poniendo atención plena en los olores,
texturas, colores y sabores de los alimentos que preparo. Imagino las distintas
formas de presentar el platillo y cómo disfrutaremos durante la cena”.
Intentalo y permite que tu mente descanse y se revitalice con este ejercicio.
2. Es como debe ser
Si aún no
había llegado ese momento en tu vida donde es necesario creer, ya llegó.
Independientemente de tus creencias religiosas, es esencial entender que existe
un orden perfecto en la existencia y en el universo. No hay errores en la
creación ni en los acontecimientos, nuestros hijos nos esperan en la eternidad
y está bien. Su momento ha sido perfecto como será el nuestro, no existen
hubieras ni equivocaciones. Dolor sí, sufrimiento no. Si lo conociste has sido
muy bendecida, y si no también, porque no hace falta verlo físicamente para
amarlo profunda y eternamente. Entender esta verdad nos regala con la
tranquilidad de que nuestros hijos fueron llamados porque así tenía que ser y
nosotras, aún con el dolor que implica, lo aceptamos y respetamos.
3. Hablar de ellos
Ignorar o
evitar hablar de nuestros hijos porque se han ido y nos ha causado inmenso
dolor es en mi experiencia un gran error. Cuanto mas hablo de mi hija con mi
familia y amigos, más me familiarizo con ésta nueva realidad y me es mas
natural el aceptarla. Escucharme decir las palabras y sentirla viva en la
memoria de todos me hace sentir bendecida y agradecida, evitar hablar de ella
sería negar su existencia. No tengas miedo y ábrete a éstas conversaciones
amorosas, intenta compartir desde el amor diciendo: “A mi hijo le
encantaba jugar con su elefante de peluche y lo hacía reír a carcajadas” o
bien “Recuerdo cuando estaba embarazada de mi hija y en el ultrasonido
mostraba un gran parecido con su papa”. Son regalos de vida que nos han
sido dados y hablar de su existencia en voz alta cuando así lo sintamos nos
libera y mantiene conectadas en nuestro amor con ellos.
4. Están bien
Saber que
nuestros hijos están en un lugar de amor y gozo nos da paz. Si tu bebe ha
regresado al cielo desde tu vientre entendemos que no era compatible con la
vida, al igual que si se ha ido por una enfermedad. Como madres lo que más nos
interesa es que nuestros hijos sean felices y estén bien, ya sea que estemos
con ellos o no. La muerte es un momento natural de perfecta paz, es el descanso
del cuerpo para regresar al gozo. Somos madres libres al estar ciertas de que
nuestros hijos están bien, estén donde estén.
Si eres
creyente de alguna religión o filosofía investiga un poco más sobre la
concepción de la muerte y abre tu mente para no verla necesariamente como una
fatalidad.
5. Amor de dos
Saberme
amada por mi hijo y seguirlo amando aunque no lo vea de forma física, es lo que
nos mantiene unidos para la eternidad. Ahora comprendes que para amarlo
profundamente no necesitas verlo ni tocarlo, acaso sea posible yo amo a mi hija
cada día más a pesar de no tenerla aquí a mi lado. Muere el cuerpo mas no el
amor, éste es un regalo para la eternidad. Nos llena de paz saber que éste
vínculo no se ha roto, por el contrario se ha fortalecido tras su partida pues
ahora sabes que lo amas en todas sus formas, en todos sus momentos. No importan
las formas, el amor de nosotros es uno vivo.
Espero consideres estas reflexiones como útiles y abras tu mente a encontrar paz tras tu pérdida, es posible. Recuerda que eres muy amada y que nos toca honrar sus vidas al vivir la nuestra plenamente. ¡Sonríe!